La frase más repetida por los negociadores climáticos es que nada está decidido hasta que se acuerda. Han sido 20 años de reuniones infructuosas para alcanzar el primer acuerdo climático universal, pero el sábado por la noche Laurent Fabius, ministro galo de Asuntos Exteriores y presidente de esta reunión -que ha sabido llevar la negociación con mano firme-, daba el mazazo final. El Acuerdo de París quedaba formalmente adoptado por la Conferencia de las Partes de la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
El Plenario estalló en aplausos y la euforia se desató. El presidente de la República francesa, Francois Hollande, saltándose el protocolo se subía a la tribuna presidencial y se fundía en un abrazo con todos los que dirigían la sesión plenaria. Una buena noticia desde París tras los atentados del 13 de noviembre. «Tras el golpe que sufrió Francia hace casi un mes, el 12 de diciembre de 2015 tal vez sea un día histórico, una gran fecha para la Humanidad y un mensaje de vida», había dicho Hollande por la mañana. Y lo fue.
El texto que finalmente se ha consensuado no contenta a todos y tiene que ir más allá, pero sí crea un marco de acción climática global que ahora habrá que mejorar. Lo más importante es que se trata de un acuerdo universal. El protocolo de Kioto de 1997 no lo era, pues solo obligaba a 35 países que representaban el 11% de las emisiones globales, y Copenhague en 2009 quedó en un ensayo general con final desastroso.
Fabius definió la propuesta que finalmente llevó al plenario como un texto «equilibrado», y que contiene los principales progresos que «muchos de nosotros pensábamos que era imposible obtener». «El acuerdo es diferenciado, justo, sostenible, dinámico, equilibrado y jurídicamente vinculante, reconoce el concepto de justicia climática y tiene en cuenta la responsabilidad diferenciada cada uno de los países y las capacidades respectivas teniendo en cuenta las circunstancias».
El texto aprobado ayer en París por las 196 Partes de la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático es jurídicamente vinculante, si bien algunos aspectos quedan fuera del texto del acuerdo y, por tanto, no quedan sometidos a ratificación. Es el caso de las contribuciones nacionales de cada país –tal y como reclamaban China, India y, sobre todo, Estados Unidos, que no tiene fuerza en el Senado para pasar ese trámite–. Pero esto no significa que las contribuciones queden en papel mojado. El acuerdo dice que las Partes tomarán las medidas domésticas para lograr los objetivos de sus contribuciones, y eso las hace obligatorias.
Y todo para que la temperatura del planeta quede «muy por debajo de los 2ºC», con esfuerzos para lograr no superar los 1,5ºC. Ambas cifras han quedado finalmente incluidas en el acuerdo, tras la petición incansable de los estados más vulnerables y los pequeños Estados Insulares que ven en este límite la diferencia de vivir por encima o por debajo del nivel del mar. Este límite es clave porque recoge las recomendaciones de los científicos, y más allá de habrá que valorar aún en qué aspectos se puede ir más allá lo cierto es que este acuerdo marca una senda para transformar la economía y reorientar las inversiones financieras de las energías fósiles hacia las energías limpias, como se recoge en el acuerdo. Por tanto, este pacto universal tiene muchas implicaciones más allá del medio ambiente.
Para alcanzar esa mayor ambición, en 2018 se hará una valoración de las contribuciones nacionales para que sean actualizadas al alza en 2020. A partir de ahí la revisión y actualización se hará cada 5 años. Además, las naciones desarrolladas deberán ayudar a los países en desarrollo tanto a reducir sus emisiones como a adaptarse a los impactos del cambio climático. Y, por primera vez, se incluye un mecanismo de pérdidas y daños, una fórmula reclamada por varios países (Tuvalu, Bolivia y Nicaragua) para afrontar los efectos más dañinos del calentamiento.
«Este es un acuerdo que nos permitirá afrontar la transición hacia una economía limpia y prevenir los efectos más devastadores del cambio climático», dijo John Kerry, secretario de estado norteamericano. Kerry añadió que lo más importante es que se está transmitiendo una señal clara a la sociedad y a los sectores económicos de que «no serán los gobiernos los que encuentren las tecnologías» que protejan el planeta, «sino el ingenio de las empresas». Por su parte, el representante especial de China para el cambio climático, Xie Xhenhua, djo que «el acuerdo no es perfecto, pero no nos ha impedido dar un paso histórico hacia un desarrrollo ecológico, sostenible y bajo en emisiones».
Que es un buen acuerdo y un acertado punto de partida se desprende de la posición de India, que estas semanas en París se ha mostrado inflexible a que el texto quedara diluido. El ministro indio de Medio Ambiente, Bosques y Cambio Climático, Prakash Javadekar, dijo tras las aprobación del documento que «es un buen acuerdo, pues respalda el derecho de la India a desarrollarse, se basa en la justicia climática, la equidad y las responsabilidades comunes pero diferenciadas. Reconoce la importancia de un estilo de vida y pautas de consumo sostenibles, aunque hay que aumentar la ambición, pero eso también está recogido». Este Acuerdo de París no es, por tanto, el final del camino, sino el comienzo de uno nuevo hacia un mundo bajo en carbono, sostenible y más justo.
Publicado por Araceli Acosta en ETHIC
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